Sintigo (crónica de una canción anunciada)
Actualizado: 29 mar 2022
¡Siempre había querido escribir una rumba! Los que me conocen, saben de mi afición por dicho género y por exponentes contemporáneos (aunque lo suyo sea menos puro y más fusión) como Estopa, Melendi, Ketama, Andy y Lucas e incluso, Joaquín Sabina.
Una tarde, me contactó mi talentoso amigo Luis Alonso (un jóven cantautor de Querétaro) para decirme si escribíamos otra canción juntos (previamente habíamos escrito una que se llama Hoy que te vas, misma que él grabó y que generosamente me invitó a grabar con él), así que ni lentos ni perezosos, pusimos manos a la obra a través de Zoom.
Él tenía la idea de hacer una canción en mood Latin, muy al estilo de Canta Corazón de Gianmarco. Empezamos a pimponear ideas de letra y melodía y no hallábamos hilo.
—¿Y si escribimos acerca de alguien que regresa cuando ya es tarde?— le dije. —Se me antoja iniciar con un reproche, algo como “fue tanto lo que supliqué que te quedaras y fue tan poquito lo que a ti te importó”—.
—¡Me gusta, me gusta! vamos a darle por ahí— me dijo él.
Fuimos jugando con acordes y un ritmo muy en la onda de lo que él quería, le dije que la hiciéramos cuadradita para que, en caso de requerirlo, pudiéramos llevarla a otros terrenos.
Ese día, la musa mía andaba un poco alborotada, con la falda corta y bajando al alcance de la hoja en blanco, mientras que la de mi joven amigo andaba más bien dispersa. Le dije que no se preocupara, que a veces a la hora de co escribir, a la par de dar ideas, también es de gran ayuda el estar presente y dar un feedback inmediato de lo propuesto. La canción quedó escrita y se guardó en algún cajón.
La desempolvé mientras buscaba algo distinto por grabar para Sin Piedras en la Mochila lado B. La escuché varias veces. Sí, esta canción era.
Traía muy pegado el feeling Latin con el que nació, pero se me metió entre ceja y ceja la idea de llevarla al terreno de la rumba. Me puse a jugar en el estudio grabando la base de acústicas con una guitarra que me regaló Juan Carreón (y de la que puedes leer acá), el cajón y un bajo muy sencillo. Me gustaba mucho; pero hacía falta.
Decidí llamar a mi amigo Manuel Alcocer (uno de los guitarristas acústicos más espectaculares que hay en este país) para mostrarle la canción e invitarlo a colaborar. Tuve la fortuna de que le gustó lo suficiente como para subirse al barco grabando un par de guitarras (flamenca solista y algunas decorativas acompañantes). Esto sonaba cada vez mejor; pero todavía le faltaba el aire rasposo del flamenco de taberna, el “Duende” que le llaman.
Aquí entra en escena mi amigo Beto Solís, un tipo al que yo conocí como guitarrista flamenco hacía unos 19 años; pero que, con el paso del tiempo, había venido desenvolviéndose como uno de los Cantaores más impresionantes del Bajío. Al igual que Manuel, aceptó generosamente la invitación luego de escuchar el tema. Se vino al estudio y empezamos a llover ideas que iban entre lo que yo quería y lo que Beto, como conocedor del género, proponía. Fue muy difícil porque ¡Todo lo que proponía me gustaba!
Modificamos el mood del cajón, de uno que estaba muy “flamenco latin” a algo más terroso y roots de la rumba tradicional, con el entorchado más presente. Las palmas agarraron mucha vida al intercalar la palma abierta en el estribillo con la palma cerrada en las estrofas, así como palma abierta en contratiempo durante el solo (muy en el mood de Una rosa es una rosa de Mecano). Vino lo más espectacular de todo y donde Beto es El Master: el cante.
Beto propuso unos coros flamencos en los estribillos que en nada tenían que ver con segundas voces de lo cantado, cuando los escuché se me enchinó el pellejo, ¡Ahí estaba el duende! Se grabaron muchas ideas y quedamos en escucharlas en frío. Le pedí que grabara unos Jaleos en su casa según el feeling que le fuera dando el tema.
A los pocos días, me mandó las pistas con lo grabado: ahí estaba la maravilla.
El toque final lo puso mi hermano Charly Ave Fénix de Guelatao Mix&Master en Guadalajara, con una Mezcla y Master que nos dejó a ambos felices y emocionados con el resultado.
Sintigo es una canción enormemente dedicable, que te inyecta el ritmo en los huesos y que corta sigilosa —y casi— indoloramente como los escalpelos de los cirujanos. Trae rayos en las venas y huele a mesa de parranda de una pandilla de gitanos del barrio de Lavapiés. Trae también el embrujo de un género que, de calle en calle, ha peleado con uñas y dientes entre la tradición y la novedad por mantenerse de pie, como los robles, con su lugar intacto en el extenso abanico de la —bendita— música popular.
Estoy seguro que lo que hicimos va a gustarte tanto como a mí.

