Sin paracaídas
Si sigo mirando al suelo, no van a crecerme las alas.
Llegué a la conclusión de que es hora de quitarme la pausa, de ponerle a mi corazón rodilleras, coderas, casco y de salir a la calle (de nuevo) en patines (porque odio las patinetas).
La cosa es que no todo es tan sencillo, uno no cuenta con que el pavimento no siempre es adecuado, ni con el tráfico pesado, ni con la mala puntería de un cupido que, a falta de flechas, decidió cambiar el arco por una bazuca con mira láser.
Ya sabemos que lo que le sigue a la caída, invariablemente es el golpe, entonces, ¿A qué hay que tenerle miedo? Yo creo que a lo único a lo que hay que temerle es a probar todos los días el sabor dulce/ácido/amargo del "hubiera", a quedarnos estáticos, sin movimiento, como esperando a que la desdicha nos saque una foto.
Es mejor quitarle el polvo a los sueños, sacarlos de la jaula y echarlos a volar. ¿Quién sabe? Quizás, uno de estos días uno de ellos regrese, se pose en tu ventana y te cante su canción; o mejor aún, haga un nido bajo el techo de tu casa.
La materia prima de este juguete de la vida es la oportunidad, el riesgo, lo desconocido.
Por eso, yo recomiendo ampliamente (y sin importar el momento) tirarse a vivir sin paracaídas.
