¡Nos fuimos a Cuba!
Hace 17 años, Juan Carreón me dijo que todo cabe en el estuche de la guitarra (hablaba de viajes, de conciertos, de personas, de amores, de comida, de bebida, de olvidos, de despedidas, de experiencias) y que un día lo entendería. Años después, a mis treinta y tres años lo entendí.
Meses atrás escribí una canción a modo de homenaje para uno de mis ídolos en esto de buscar La Belleza: el artista cubano Waldo Saavedra. La canción se llamó El Pirata de Caibarién (la puedes escuchar acá) y representó un reto en todas sus facetas.
La cosa es que el día en que fui a cantársela, después de la sobremesa (y ambos con unos tragos encima) me dijo que un día yo estaría cantando esa canción en Cuba (y para ser más específicos, en Radio Caibarién). Yo sonreí y agradecí el gesto, sucede que a veces uno está demasiado desacostumbrado a las maravillas y a las sorpresas.
Waldo no se anda por las ramas y al cabo de unas semanas llamó para decirme que me veía muy activo con conciertos y viajes, por lo que me pedía que apartara el mes de junio porque nos iríamos a Cuba a grabar unas cosas porque quería producir un video de la canción. Yo fingí una entereza que me costó quedarme pasmado unos minutos al colgar el teléfono para luego seguir con un grito eufórico dentro de mi coche (estaba estacionado, ni crean que andaba hablando mientras manejaba).
(Imagínate que eres músico, fan de Los Beatles y un día conoces a John Lennon, pero la cosa no se queda ahí, John te dice que te vas a ir con él a Inglaterra y que, encima de todo, quiere llevarte a conocer The Cavern, Abbey Road y contarte todas las historias que se quedaron pintados en esas calles, en las paredes del estudio, en los bares donde tocaba. Algo así fue lo que me pasó con Waldo).
Salimos de Guadalajara, llegamos a CDMX y de ahí nos fuimos a La Habana. El aeropuerto José Martí nos recibió con el chascarrillo peculiar de demorar nuestro equipaje más de lo debido al abrigo del calor apabullante del Caribe. El viaje iniciaba.
Dormimos en Cárdenas (donde cenamos y desayunamos la mejor langosta del mundo), fuimos a Remedios por una dotación de cigarros Montecristo y unos Mojitos, pasamos por Matanzas, Fuimos a Santa Clara a visitar el monumento y Memorial al Comandante Ernesto “Ché” Guevara, nos establecimos en el Cayo Santa María por un par de días para disfrutar del Mar Caribe y sus bondades, luego fuimos a Caibarién para una entrevista en vivo en Radio Caibarién, para realizar unas tomas para el video y luego emprendimos el regreso a Cárdenas. Pasamos por Varadero y nuestro destino final fue el Hotel Nacional de Cuba en La Habana, donde pasaríamos dos días caminando y grabando cosas por las calles de La Habana Vieja. Todo con el ojo increíble de Camila Saavedra.
En este punto sucedió una de esas maravillas que solamente pueden suceder en este país (y más aún, viniendo con Waldo Saavedra): llegamos a casa de Silvio Rodríguez a compartir una tarde-noche de charla, algún traguito e inmejorable compañía.
Conforme íbamos avanzando y logrando más y más tomas el proyecto del video fue, gracias a sus características de ser un ser vivo, transmutando en otra cosa: una obra de arte audiovisual que iba a mezclar la letra y la música de la canción mía con la narrativa de Waldo, así como algunos agregados de performance, ilustración y pintura específicamente realizados para este proyecto.
¡Una obra firmada al alimón con uno de los artistas que más admiro! ¿Ves por qué te digo que a ratos la vida se pone buena onda?
Rodamos más segundos de video en Guadalajara y, una vez terminado, lo presentamos al público en un concierto memorable en la Sala de Cine Universitario de la Universidad de Colima, de lo que te contaré en otra enrtrada). Me vi como un Aladino postmoderno que hizo de una canción una lámpara de la que salió un genio que, primero que nada, se hizo su amigo y al que no le bastaron tres deseos, cumplió muchos, muchos más; sin reglas, sin políticas y sin restricciones. Sin duda, los cuentos de hadas son mucho más bonitos cuando se salen de los libros y se pasean por las mismas calles por las que caminamos nosotros. Habremos de volver a Cuba pronto, que ese Mar Caribe no va a nadarse solo.
