Colima: el encuentro entre la música, la palabra y la imagen.
Sábado 30 de noviembre de 2019, Colima Capital, 8:00 PM. Habíamos terminado la prueba de audio y visto por primera vez en pantalla (¡Y de cine!) el video-arte de "El Pirata de Caibarién". Era la primera vez que visitaba Colima con mis canciones, no sabía que esperar y solo tenía emoción por lo que vendría.
El Capitán Waldo Saavedra, Juana (hija-mona capuchina adoptada por el Capitán) y yo esperábamos en un pasillo contiguo desde donde se alcanzaba a ver el borde del pasillo de acceso a la sala. Se veían unas 20 personas.
—Irá como deba de ir y nos lo vamos a pasar ¡De pinga!
Decía el Capitán mientras luchaba con la incontenible energía de Juana por explorar cada centímetro cuadrado de aquella maravillosa ubicación.
Se abrió el acceso a la gente, pasaron unos minutos, se apagaron las luces de la sala y dio inicio la proyección del video. Cuando terminó, el Capitán, Juana y yo entramos y subimos al escenario al compás de una parvada incontenible de aplausos. Nos dispusimos a tomar nuestros respectivos lugares y a darle la bienvenida a los asistentes. Menuda sorpresa: ¡Teníamos sala llena! Una centena de personas se apoderaron de las butacas de aquella majestuosa Sala de Cine Universitario.
El Capitán leyó un texto que había escrito durante el viaje de Guadalajara a Colima en el que nos contaba detalles de su vida que le daban un mayor sentido a las frases que la canción, minutos antes, había contado. Sueños, anhelos, curiosidades, incluso algo de política y sátira —y no sátira política—.
Dimos paso al show: un performance entre un mago de la imagen y un aprendiz de hechicero de la palabra en el que todo embonaba como una máquina de relojería fina. Anécdotas y reflexiones se mezclaron con los tintes del Folk, el Blues, las Baladas y los Boleros que cupieron en el repertorio.
El público, envuelto en un elegantísimo y respetuoso silencio, abrazaba cada palabra (dicha y cantada) como a un niño pequeño. Al principio parecían temerosos de interactuar con nosotros; pero conforme el tiempo pasaba, la naturalidad y el coloquio fueron haciendo de las suyas para convertir esa noche de presentación de video en una velada entre amigos.
El performance no podía terminar de otra manera que con El Capitán cantando junto conmigo El Pirata de Caibarién a guitarra limpia. Se nos hizo una fiesta en la sonrisa.
Colima nos regaló una sorpresa y nosotros, como los maleantes buscadores de la belleza que somos, correspondimos de la mejor manera posible. Nos fuimos a mano y con sed de volver.
La pregunta que más importa es la siguiente: ¿Se repetirá en algún momento este encuentro entre la música, la palabra y la imagen? Y responder es difícil. Más, cuando se habla de un Pirata que va navegando por el mundo dejando huellas de acuarela, óleo y tabaco cubano, así como de un Cantautor con la firme intención y vocación de publicar cuatro discos en el 2020.
Lo único que sabemos con certeza es que noches como esa, de las que se guardan en la bóveda más grande y mejor protegida del corazón se merecen repetirse de la manera más pronta posible, esperemos que los relojes, las agendas y las distancias lo permitan.
Lo demás es lo de menos, dicen.
Gracias Waldo, Gilda, Eduardo y Toro.
